Con el paso de los años, de los lustros, de los siglos, muchos oficios han ido cayendo en el olvido o desapareciendo por completo. Algunos debido a su fuerte relación con la sociedad de un momento determinado o la existencia de necesidades diferentes a las actuales. Hay otros empleos, sin embargo, que han mutado. Es el caso de los vendedores ambulantes. Por supuesto hablo de su versión romántica, hollywoodiense. No del pobre chaval que llama puerta a puerta vendiendo purificadoras de agua. ¿Quién se acuerda del típico hombre cuarentón, que se paseaba de pueblo en pueblo con un maletín y prometía solucionar la vida de la gente, les hacía mil promesas, pretendía cambiar su forma de ver las cosas? Eso sí, todos ellos se consideraban el mejor en lo suyo, la mejor opción. Alertaban de los peligros de hacer caso a otros. Muchos sin embargo, eran calificados de ladrones, timadores, aprovechados… Al final tenían que huir por piernas de las calles, por miedo a ser golpeados o cubiertos con alquitrán y plumas. Es normal que desaparecieran. ¿Quién, en su sano juicio, se dedicaría a algo parecido?
Albert Calvo